No supo cuando le dejó de querer. A Vera la atormentaba la idea de no alcanzar cabalmente a entender cómo la pasión arrolladora que sintió por Pedro por quien hubiera dado su vida, se había diluido como un azucarillo en un vaso de agua. A cambio, un sentimiento frío, agudo y un profundo resentimiento se acomodaron en su interior. En su cabeza, un puzzle desordenado de piezas desencajadas. Y de golpe, el asalto de las noches de insomnio que le robaban el descanso, una punzante desazón que la acompañaba como una pesada losa de granito en el pecho y el regusto amargo de quien camina sonámbula hacia el abismo.
Mil veces intentó hablar con Pedro de lo que la pasaba, de cómo ella se sentía, de los cambios en la familia con la llegada de los niños, de su necesidad de ayuda, que estaba desbordada y no llegaba a todo. Intentaba infructuosamente exponer sus necesidades que caían en saco roto, como un reloj de arena al que se da vuelta una y otra vez. Después el silencio, abisal y desesperado. El tiempo pasaba esperando que su sólo discurrir contuviese la solución reveladora, pero la vida en su interior parecía haberse congelado.
Y, Vera empezó a rumiar, arropada por el silencio de la noche, sin ser apenas consciente, la despedida. La única salida viable a tanta desesperación, a tanta incomprensión, a tanto dolor era la separación. Una mañana soleada de engañoso invierno, se atrevió a planterárselo a Pedro. No supo de donde nació su valentía pero quedó de manifiesto que existía un conflicto tornado irresoluble. El deterioro de la relación era manifiesto y notorio, y Pedro aceptó su infelicidad. Sabía en su interior que aún les quedaba la baza de proteger la dignidad, el respeto mutuo, la necesidad de no amargarse hasta el infinito la vida.
Dado que parecían no poder hacerse felices, tenían la oportunidad de serlo de otra manera, por lo que cada uno de ellos se haría responsable de realizar el esfuerzo necesario para lograrlo. Se abrían multitud de interregontas, pero el principal para ellos fue cómo minimizar el impacto negativo de esta nueva situación en los niños.
Un proceso difícil
Aunque las circunstancias que dan lugar a una separación pueden ser múltiples y variadas, Vera, Alfonso, Carlos,… nos encontramos con que las quejas o reproches de ambos miembros de la pareja pueden resultar intercambiables en procesos así.
El común denominador en las parejas que deciden poner punto y final a su historia de amor es la incomprensión mutua y el desencuentro. Las emociones más difíciles y devastadoras de encarar son el miedo, la culpa, la honda sensación de fracaso y la desesperanza. No dejan de ser procesos difíciles y dolorosos en los que ambos resultan transformados.
La dificultad añadida estriba en cómo seguir relacionándose con el otro miembro de la pareja cuando hay hijos fruto de la misma. ¿Cómo cuidar y proteger en todo lo posible la “alianza parental” en torno a la crianza, el bienestar y la seguridad de los hijos? ¿Cómo lidiar con el conflicto entre tantos sentimientos intensos y encontrados al desear, por un lado, perder de vista a la expareja y, por otro, necesitarla imperiosamente para enfrentar la educación y la crianza de los hijos?
Es necesario reconocer las cosas buenas para decir adiós, dejarlo marchar y encarar una nueva fase humanamente fortalecido
A la hora de salir de una relación es necesario, bueno y profundamente constructivo despedirse bien cómo pareja. Separarse o divorciarse conlleva siempre un proceso de duelo, implica atravesar el dolor, encajar la pérdida, desenmascarar el miedo, distribuir culpas, pero también reconocer y agradecer lo que de bueno la otra persona ha aportado a nuestra vida y nos ha enriquecido.
Lo que aprendíamos de nosotros mismos cuando convivíamos en pareja, cómo compartíamos, cómo éramos y nos relacionábamos en la esfera mágica de la intimidad y, especialmente, agradecer los maravillosos hijos nacidos de esa unión. Es necesario reconocer todo esto para decir adiós, dejarlo marchar y encarar una nueva fase humanamente fortalecido.
Nos corresponde a los adultos el siguiente paso de luchar para no instalarnos en los lamentos y la amargura, para aprender y crecer a través de nuestros errores y para decidirnos a vivir de nuevo, asumiendo que en la vida hay que correr riesgos aún cuando nunca tengamos la garantía plena de acertar. Siempre podremos rescatar aspectos valiosos y positivos.
Es difícil separarse, pero puede ser positivo para ambos.
Lidiar con el dolor
Curiosamente, al emplear la palabra “riesgo” la asociamos con frecuencia a una connotación negativa: “algo malo puede ocurrir” y, en consecuencia, nos hallamos menos conectados con que el riesgo es parte de la vida. Si no corres riesgos, no hay vida. Además, es necesario pensar este aspecto dentro de un proceso interpersonal como algo que le ocurre a alguien pero que inevitablemente afecta a otro profundamente.
Y, el matrimonio o emparejarse o tener hijos, significa eso, correr riesgos y, por ello, aceptar el reto máximo de enriquecer la vida, que es cuando, en esencia, merece la pena ser vivida. ¿Cuánto de ésto uno es capaz de hacer cuando parece arrasado como por un tsunami y su vida se halla patas arriba?
El dolor causado a los hijos y la culpa asociada a la ruptura de pareja es una de las emociones más duras y difíciles de encarar
No es tarea fácil y no me cansaré de enfatizar la idea de proceso para subrayar con negrita lo que enfrentar un cambio conlleva, no es mágico, no es inmediato, lleva tiempo transitar por tantos lugares nuevos: abogados, pensiones alimenticias, convenios reguladores, niños, la familia del ex, la suya, los amigos comunes…
Sin embargo, me gustaría detenerme en el dolor y la carga culpógena acerca del temor de estar haciendo daño a sus hijos, éstos por los que sin lugar a duda darían la vida y de cuya felicidad se sienten responsables. El dolor causado a los hijos y la culpa asociada a la ruptura de pareja es una de las emociones más duras y difíciles de encarar.
¿Y qué pasa con los niños?
Vivir en un hogar infeliz, también hace infelices a los hijos y los niños lo sienten y lo saben. Y, esta convicción, les otorga a los padres la suficiente fortaleza como para pensar que más que protegerles al tratar de mantener una relación muerta, les dañan o incluso, en ocasiones, se protegen a sí mismos para eludir tomar la decisión de la ruptura y enfrentar las consecuencias que conllevaría.
Todo respeto, amor y apoyo que los padres logren hacia el otro en la relación de pareja, también lo lograrán hacia el hijo
Bert Hellinger, un reputado e importante terapeuta de pareja especialista en dinámicas familiares, señala que el camino para saber hacer lo mejor posible las cosas con los hijos depende de cómo podamos elaborar en nuestro interior la despedida. Considera que en el nacimiento del hijo se visibiliza el amor que se profesa la pareja en su presentación frente al mundo. El amor como padres para el hijo tan sólo continúa y corona su amor como pareja, ya que su amor como pareja precede a su amor como padres y, como las raíces al árbol, su amor como pareja también sustenta y alimenta su amor como padres. Por lo tanto, si su amor como pareja fluye de todo corazón, también fluye de todo corazón su amor como padres para el hijo. Y si su amor como pareja se marchita, también se marchita su amor como padres para el hijo. Cualquier rasgo que el hombre y la mujer admiran y aman en ellos mismos y en su pareja, también lo admiran y lo aman en su hijo. Y cuaquier rasgo que les irrite y les moleste en ellos mismos y en su pareja, también les irrita y les molesta en su hijo.
Es importante no trasladar el conflicto que vivimos con nuestra pareja a nuestros hijos. (Corbis)Es importante no trasladar el conflicto que vivimos con nuestra pareja a nuestros hijos.
Por lo tanto, todo respeto, amor y apoyo que los padres logren hacia el otro en la relación de pareja, también lo lograrán hacia el hijo. Y todo aquello que en términos de respeto y amor y apoyo malogren en la relación con su pareja, también lo malograrán hacia el hijo. En cambio, cuando su amor como padres hacia el hijo continúa y corona su amor mutuo, su hijo se siente visto, tomado, respetado y amado por ambos padres, sabiéndose en orden y bueno. Así de importante y trascendente resulta esta cuestión.
A la hora de enfrentar una separación o un divorcio hay que poder olvidar al otro para no encallarse en el banco de arena del pasado pero también resulta clave reconocer las cualidades y valores que de bueno el otro aporta, porque es justo lo que trasmitiremos a nuestros hijos, y eso, les hará más fuertes y seguros a la hora de encarar la vida y vivirla en plenitud.