¿POR QUÉ A UN HIJO/A LE RESULTA TAN DIFÍCIL CUIDAR A SUS PADRES?
Julia acudió a consulta con fuertes ataques de ansiedad. La raíz última de su malestar estribaba en una difícil relación con su madre. Una mujer de avanzada edad, 80 años, reacia a dejarse cuidar y decidida a hacer su vida como si sus fuerzas aún fueran las de un cuerpo joven. En su afán por ayudar a su hija y continuar siendo la madre protectora que siempre fue, generosa y dispuesta como un deber sagrado a cualquier entrega y sacrificio por el cuidado de su prole, hacía más de lo que la permitían sus limitadas fuerzas: “el corazón que me puede”, recitaba Dª. Concha. Después del sobreesfuerzo de los últimos días Julia contaba que llegaba una retaíla de quejas que se extendían durante largos días: que si estaba muy cansada, que si qué vida ésta y que si patatín que si patatán. Hasta que Dª. Concha no descansaba lo suficiente y su cuerpo ajado no alcanzaba a recuperar el sosiego y la tranquilidad necesaria, su ánimo no florecía.
Sólo entonces, el pesimismo y las quejas se diluían en el recuerdo de otros días amargos. Mientras tanto, su hija Julia se sumía en el angustioso conflicto entre provocar una dura discusión con su madre con el fin de que ésta no se hiciera cargo de tareas que extralimitaban sus fuerzas y tolerar la pena y la culpa que sentía por actuar así, recordándola cual Pepito Grillo sus limitaciones. La resultaba casi siempre inevitable enzarzarse en una dura discusión con Dª. Concha quien se resistía como gato panza arriba a las demandas de su hija y ni corta ni perezosa, le hacía sentir a ésta sin ambages que era una mala hija y que no entendía nada de nada.
Ambas se querían, ambas actuaban desde el amor y desde el cuidado mutuo, pero no se entendían ni sabían cómo hacer las cosas la una con la otra.
Se abren una serie de cuestiones importantes con la edad avanzada de los padres, tales como:
¿Cómo evito hacer de padre o de madre de mis padres, cuando ellos ya no son tan capaces y autónomos como antes y necesitan que se les ayude?
¿Cómo evito que se inviertan los papeles y que les vea como los pequeños y a mí como el grande? Porque simplemente dejar de echarles una mano, dejar de actuar, no es una solución practicable.
La respuesta tiene que ver con una actitud interna. No tanto con lo que estoy haciendo, sino más bien con cómo lo hago y desde dónde.
Peter Bourquin, lo ilustra de la siguiente manera:
“Cuando veo a mi madre o a mi padre, me imagino a sus padres, mis abuelos, detrás de ella o de él, respaldándolos. Aunque ya estén muertos, no importa. Mis padres siguen siendo hijos de sus padres hasta el último día de su vida. Ya tienen padres. Y sus padres, mis abuelos, son mayores que ellos y les respaldan y les cuidan. Hablando metafóricamente, ellos tienen manos grandes, muchos más grandes que las manos pequeñas de sus nietos, para cuidar a sus hijos.
Teniendo a mis abuelos presentes, me doy cuenta que ese lugar ya está ocupado, que mis padres ya tienen a sus padres, y aunque les estoy echando una mano, me mantengo en mi lugar de hijo o hija.”
Si alguien practica con regularidad este pequeño EJERCICIO, visualizando cómo los abuelos respaldan a sus padres, sentirá un gran alivio, como si se le quitara una carga emocional, una responsabilidad o un peso. Se mantiene en su propio sitio, ser HIJO/ HIJA.