EL PODER DEL PENSAMIENTO
Nuestra mente es como un mono saltarín, genera pensamientos que saltan de rama en rama sin sucesión de continuidad. Se halla en un permanente estado de agitación o, al menos, de continuo diálogo interno. A este estado mental se le otorga el nombre de “mente de mono” o “mente errante”.
Observemos con curiosidad que no se trata en sí mismo de un pensamiento dirigido a producir soluciones o a resolver nuestros problemas, sino más bien de un pensamiento que gira sobe sí mismo y que podríamos designar como “cavilación”. Y una mente caviladora no ayuda a resolver los problemas sino que más bien los acentúa porque se preocupa en exceso del pasado y del futuro y no se centra en lo que sucede en el momento presente. En definitiva, impide la vida dado que ésta sólo ocurre en el presente y una mente caviladora se evade constantemente de él.
…una mente caviladora no ayuda a resolver los problemas sino que más bien los acentúa porque se preocupa en exceso del pasado y del futuro y no se centra en lo que sucede en el momento presente.
El contenido específico de nuestros pensamientos es también muy importante, así como la cualidad de los mismos: positivos o negativos, y están directamente relacionados con nuestro estilo de vida y nuestra forma de ser. Resulta vital hallar la forma de observar nuestros pensamientos porque cuando ejercemos cierta distancia sobre ellos podemos intentar comprenderlos y, en última instancia, responsabilizarnos de ellos.
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René Fidelsky observó los efectos del pensamiento a nivel material, emocional, fisiológico y espiritual y describió sus efectos en su libro El poder creador de la mente. Pensar positivamente ejerce un poderoso efecto beneficioso sobre la mente, el cuerpo y las relaciones. Hace que salga lo mejor de ti mismo y te embarga de entusiasmo, fortalece tu autoconfianza y te ayuda a reconocer y a amar tus cualidades.
Resulta vital hallar la forma de observar nuestros pensamientos porque cuando ejercemos cierta distancia sobre ellos podemos intentar comprenderlos y, en última instancia, responsabilizarnos de ellos.
Para ilustrar los efectos emocionales del pensamiento, Fidelsky nos narra esta historia:
“Una noche, después de ver un documental sobre serpientes en la televisión, me levanto y salgo al jardín a pasear con mi amigo. Caminando, de pronto, me doy cuenta lleno de horror de que acabo de pisar una cobra enrollada. Me quedo bloqueado, sin respiración, paralizado de miedo.
Creo que me ha picado y empiezo a sentirme mal. Miro con más atención. Mi acompañante, sorprendido, me demuestra que es una manguera enrollada. El pensamiento ‘es una cobra’, creó un estado emocional alterado, un miedo a morir. El efecto con respecto a mi reacción fue el mismo que si hubiera, de verdad, una cobra bajo mis pies.”
En muchas ocasiones, nuestros estados emocionales son consecuencias de nuestra percepción mental de las situaciones y acontecimientos que suceden en nuestra vida. Reaccionamos poderosamente ante ellas. Depende exclusivamente de nosotros decidir adiestrar nuestra mente para dominarlos. Sólo si procuramos no estar atrapados por nuestros propios pensamientos, tendremos poder sobre ellos. Sólo si decidimos aumentar nuestra nivel de conciencia podremos mejorar nuestra vida. Dado que para resolver nuestros problemas, no podemos abordarlos desde el mismo nivel de conciencia con que los creamos.
Sólo si decidimos aumentar nuestra nivel de conciencia podremos mejorar nuestra vida.