Creatividad: lo que hace que la vida merezca la pena y cómo fomentarla

Publicado en el periódico online el-confidencial  (14/02/2014)     

Partiremos de un universal: “toda persona es creativa o tiene la potencialidad de serlo”, pero convendría antes de desarrollar esta afirmación aclarar primero a qué nos referimos con creatividad. Y por creatividad entendemos el hecho de dar vida a cosas nuevas o al percibir la realidad de forma original. Ésta puede materializarse tanto en la realización de pequeñas cosas como en acabadas obras de arte.

Sin embargo, no es a esta dimensión última a la que nos vamos a referir y que además ocurre que podrá o no darse en una persona cuando emplea todo su ser en “ser creativo”. Más bien, a algo más primario al “impulso creador”, es decir, a la posibilidad que anida en todos nosotros de expresar nuestra individualidad para otorgar novedad a lo usual, a lo cotidiano. Esta puede acaecer de mil y una maneras tanto en la forma de cocinar un plato, de decorar nuestro hogar, de componer una canción, de escribir una carta de amor, una oda a la amistad, una misiva a Hacienda, etc. Y por encima de todo, de algo esencial, de vivir nuestra vida creativamente y de reaccionar ante ella. <strong>Hoy más que nunca se apela social y políticamente a la creatividad </strong>y a la originalidad de las personas para salir de situaciones personales difíciles a la que esta crisis económica nos aboca. Por tanto, parece bueno entender la creatividad como herramienta valiosa para la vida.

¿Por qué es tan importante la creatividad?

Desde un punto de vista psicológico lo es hasta tal punto que un prestigioso y afamado pediatra y psicoterapeuta perteneciente a la escuela psicoanalítica inglesa llamado Donald Winnicott (1960, 1971) afirmó que lo que hace que un individuo sienta que la vida vale la pena de vivirse es, más que ninguna otra cosa, la apercepción creadora”. Por lo tanto, considera que la creencia de que vivir de forma creadora es un estado saludable. Y entendió el impulso creador como una cosa en sí misma otorgándole tanta importancia que relacionó el vivir creador con el vivir mismo. Atestiguó a través de su incontable experiencia clínica una sólida relación entre la pérdida de una manera creativa de vivir y la desaparición del sentimiento por parte de la persona de que la vida es real o significativa y de que merece la pena ser vivida.

Cientos de psicoterapeutas han realizado y realizan ímprobos esfuerzos para tratar de aportar mayor luz en la comprensión de la psicología de las personas y a los procesos dinámicos que operan en nuestro desarrollo. Y en éste punto dónde nace la creatividad o se pierde, declaran que un elemento crucial es el ambiente en el que el bebé y el niño se desarrolla. Identificando dos elementos que interrelacionan entre sí como es la biología que aportamos en nuestro genoma y el ambiente en el que crecemos, familiar y social. Para ilustrar la comprensión de lo expuesto seguiremos de nuevo a Winnicott (1960) quien subraya que “la historia de un bebé no se puede escribir solamente en términos de él”. Hay que escribirla además en términos del ofrecimiento de un ambiente facilitador que satisfaga las necesidades del bebé y del niño. Todo lo cual interviene en la creación de un destino y en la construcción de una vida más o menos plena.

¿Cómo influye en el desarrollo del individuo el ambiente en que nos criamos?

¿Qué actitudes parentales o familiares facilitan el crecimiento de un individuo creativo? Conscientes de abordar un tema complejo y amplio que daría para incontables libros, hemos acotado nuestras ambiciosas pretensiones focalizando nuestra atención en desarrollar algunas de las actitudes parentales que intervienen en el desarrollo de la creatividad y la favorecen. Para ello vamos a guiarnos por las aportaciones realizadas por los estudios realizados en psicología infantil, estando entre ellas:

1. Aceptar la curiosidad del niño sin juicios ni críticas
2. Apoyar la actitud del niño hacia el aprendizaje

Ilustraremos cómo hacerlo: por ejemplo, si su hijo pequeño muestra un decidido interés hacia algún objeto o tema, ayúdele en la exploración del mismo y si fuere posible con todos los sentidos para que obtenga la mayor cantidad de información posible. Eso sí, tenga en cuenta unas normas de seguridad básicas. De esta sencilla manera, estará potenciando en él la memoria asociativa y afectiva porque constituirán experiencias valiosas que él podrá conectar con numerosas sensaciones: si le ha gustado o no, cómo olía, cómo era su tacto, qué le dijo usted, etc.

Si se tratase a su vez de un problema que requiere una solución, procure no resolverle las cosas inmediatamente. Déjele espacio suficiente para que el niño vaya encontrando sus propias alternativas de solución a los problemas. Asimismo aliéntele para que le cuente sus impresiones y le explique qué es lo que está haciendo, lo que piensa, cómo siente o ve las cosas, etc.

De ésta u otras muchas maneras puede embarcarse en compartir con sus hijos divertidas experiencias de aprendizaje colaborando con ellos en el descubrimiento del mundo. Tenga en cuenta que resultará clave la atmósfera afectiva en que éste intercambio se produce, dado que los niños van a comunicar abierta y espontáneamente sus experiencias sólo si les ofrecemos un clima afectivo de seguridad, es decir, cuando saben que sus ideas y sentimientos cuentan con nuestro respeto.

Por eso es importante no desacreditar sus soluciones sino aceptar otras imaginadas por ellos como válidas dado que estamos privilegiando el aprendizaje dejándoles espacio para usar su propia imaginación y otorgándoles confianza.

Los niños necesitan la práctica temprana de la solución de situaciones problemáticas (Corkille Briggs, 1970, 2010). Incluso se ha demostrado experimentalmente que se puede extrapolar a los humanos el conocimiento animal de que la adquisición temprana de habilidades en la solución exitosa de los problemas hace a una persona más apta en la resolución de los mismos frente a aquellas personas que carecieron de ellas. Por lo tanto, descubrimos algo fundamental que con esta manera estamos mejorando las habilidades adaptativas al medio de nuestros hijos. Por último, subrayaremos algo esencial y es la relación existente entre la posibilidad de mostrarse creativo y la fortaleza de la autoestima.

Anteriormente mencionamos la importancia de privilegiar el ser creativo y disfrutar de esa experiencia otorgando al niño la confianza de que sus producciones serán aceptadas por sus padres como valiosas e importantes. Esto actuará como condición necesaria para que éste impulso florezca y se manifieste. Simple y llanamente el niño se sentirá profundamente motivado. Es decir, estaremos haciendo algo importantísimo: alimentar en él la creencia básica de que tiene capacidad para hacer y tiene cosas valiosas que ofrecer a los demás (Corkille Briggs,1970). Y eso, será el motor que le impulse a mostrarse vital y profundamente creativo.

En ocasiones, ya de adultos nos encontramos con personas que sufren profundamente y se sienten incapaces de ser creativos. Se hallan atenazados por dificultades expresivas debido a una exigencia excesiva que devalúa cada intento o un superyó crítico que juzga insuficiente o imperfecto cada paso, anegando cualquier espacio de libertad expresiva en que el individuo pueda experimentar el sentirse caótico, confuso, perdido, espontáneo, etc.

Una exigencia exacerbada o la búsqueda de un ideal de perfección nos aleja de la experiencia creativa en sí misma, del deleite de su disfrute y de la emocionante aventura de la exploración: ¿cómo es eso de ser creativos, de hacer algo a nuestra manera con todo nuestro ser?. Privilegiar la expresión, el disfrute y la aceptación frente a la precisión ayuda enormemente a que tenga lugar, a darle cuerpo, entidad y existencia vital.

Para concluir voy a reproducir las palabras vivas y emocionadas con las que Bertrand Russell en su autobiografía nos desvelaba algo de lo que a él le impulsaba a buscar la manera de expresar sus más hondos anhelos:
“Antes de morir, tengo que encontrar alguna manera de expresar lo esencial que hay en mí, algo que nunca he dicho, algo que no es amor, ni odio, ni piedad, ni desprecio sino el intenso hálito propio de la vida que viene de muy lejos y que introduce en la vida humana la inmensidad y la tremenda fuerza imparcial de las cosas no humanas“.