¿Por qué es tan importante conocer, comprender y manejar nuestras emociones? La respuesta es muy sencilla: porque nos influyen y en muchas ocasiones nos gobiernan. El mundo interno de los afectos es tan poderoso que seguro les resultará fácil a cada uno de ustedes rememorar alguna experiencia personal donde puedan haberse sentido arrollados por sus sentimientos o con dificultad para poder gestionarlos constructivamente. Han de saber que la autorregulación emocional, que comienza sobre los 4 años de edad, es una de las tareas evolutivas más complejas a las que todos nos enfrentamos durante nuestro desarrollo madurativo, con mayor o menor éxito. Es decir, nuestra propia experiencia personal avalaría el planteamiento de que las emociones y los sentimientos ejercen un papel fundamental sobre nuestra conducta y nuestro pensamiento.
Parece pues lógico que la psicología se afane en superar la disociación cartesiana que establecía una barrera infranqueable entre la mente (razón) y el cuerpo (emoción) y que históricamente ha tenido un impacto enorme en la concepción del individuo. No es mi intención aburrirles con una extensa digresión filosófica sobre Descartes, sólo pretendo subrayar el impacto capital que su pensamiento ejerció al establecer una concepción fragmentada del individuo.
Los psicólogos actuales estamos empeñados en superar esta disociación, en demostrar científicamente la invalidez dañina de éstos planteamientos que contradicen nuestra experiencia personal y terapéutica. Hemos contado con una ayuda clave que nos la proporciona las investigaciones neuropsicológicas más punteras de la actualidad. Y lo que éstas dicen es algo importantísimo, que el conocimiento que nos permite capturar y aprehender la realidad no es sólo cognitivo o racional sino también emocional. Y que son éstas, nuestras emociones y nuestros afectos, los que proporcionan una fuente imprescindible de conocimiento para una correcta adaptación a la vida diaria. El hombre es un animal social por naturaleza y las emociones son una herramienta básica que posibilita la adaptación social. Sólo si reconocemos su enorme importancia podremos ponernos en disposición para cambiarlas o manejarlas de forma adaptativa.
El psicólogo ha demostrado a lo largo de una investigación desarrollada con niños durante más de 30 años que cuando se les enseña habilidades para calmarse, se les explica cómo identificar sus sentimientos y cómo hablar adecuadamente sobre ellos, mejoran de un modo natural sus habilidades para relacionarse con los demás y también, sus habilidades académicas.
Avala algo que ya apuntan numerosos estudios de otros grandes eruditos como Antonio Damasio, que sostiene que la emoción afecta a las funciones estrictamente cognitivas como la percepción, la memoria y la atención. Queda pues demostrado algo fundamental, que emoción y cognición no son procesos independientes sino que están íntimamente relacionados. Por lo tanto, usted será mucho más inteligente y estará mejor adaptado si conoce sus emociones y sabe cómo manejarlas constructivamente.
Las bondades del aprendizaje emocional
Los estudios con pacientes con lesiones cerebrales orbitofrontales acerca de cómo influye el procesamiento emocional en la toma de decisiones concluyen algo que quizás a muchos de ustedes les cause sorpresa. Es lo siguiente: La idea de una mente racional independiente de las emociones es falsa.
Han demostrado algo muy curioso, que en la vida diaria tomamos decisiones en base a una evaluación emocional rápida y no necesariamente consciente de la relación costo-beneficio de las distintas alternativas. En nuestra cotidianidad funcionamos merced a un mecanismo rápido de valoración emocional. Cuando éste falla como es el caso extremo de personas con lesiones cerebrales nos convertimos en seres terriblemente mal adaptados.
Los psicólogos hemos intentado ayudar con nuestros conocimientos e investigaciones en mejorar el trabajo con las emociones. Por un lado, desarrollando técnicas de intervención psicoterapéutica de necesaria aplicación cuando se ha detectado un problema, por otro ofreciendo activamente pautas educativas (padres, abuelos, maestros) a aquellos que se relacionan con niños y están comprometidos en su educación y en proceso de socialización. Ambos campos de intervención comparten un objetivo común: el aprendizaje emocional.
Si al inicio de éste artículo mencionaba que la autorregulación emocional se adquiere desde la temprana infancia, resulta una consecuencia lógica suponer que las adquisiciones que se producen en éste periodo son críticas y fundamentales para la vida.
Cuando un niño aprende a identificar sus sentimientos y a aceptarlos revertirá positivamente en su seguridad psicológica y su autoestima. Sentirá algo muy, muy valioso, que él es el dueño de sus sentimientos. Para ello, para poder ayudarle en éste proceso, somos nosotros los adultos los responsables de ofrecerles una ayuda constructiva y los que nos vemos confrontados con nuestras limitaciones en esta difícil tarea. No lo haremos adecuadamente si no empezamos por aceptar nuestras emociones negativas intensas que originan tensiones y también las aprendemos a manejar sin rechazarlas.
Es importantísimo aprender sobre nuestro mundo emocional porque nos pone en mejor disposición de comprendernos a nosotros mismos y por ende a los demás.
Ya ven ustedes, nuestra función educativa, social o terapéutica empieza volviendo la mirada hacia el interior de uno mismo, hacia usted como individuo. Sólo así, tratando de ser honestos, podremos ver qué podemos ofrecer de constructivo y útil a los demás.
<p>Me gustaría acabar con una frase inspiradora de mi adorada maestra la doctora <strong>Elisabeth Kúbler Ross</strong>: Toda experiencia vital es un golpe de suerte, representa una posibilidad para enriquecerse, para crecer. Crecer en comprensión, en amor, en todo aquello que debemos aprender.</p>
<p>Sigamos pues aprendiendo con y de los demás.</p>