Por qué tener una autoestima elevada nos protege de todo

Publicado en el periódico online el-confidencial  (19/08/2016)     

Laura, una bella joven de 22 años, buena estudiante y de carácter dulce y complaciente, mantuvo durante más de cuatro años una relación de pareja con Jorge, un chico que la hacía daño. Por aquellos tiempos, ella le dispensaba un amor ferviente y no acababa de comprender por qué queriéndole tanto no era feliz. Intentaba desenredar la madeja de sus sentimientos, averiguar por qué, aún adoránose ambos, ella acababa invariablemente con un regusto amargo en la boca. No sabía por qué desconfiaba en él ni las causas que la llevaban a pensar que no valía lo suficiente, o que era una tonta ignorante para estar con él. Entonces, Laura comenzó a sentirse cada vez más insegura. Encerrada en sí misma, rehusó salir con sus amigas y comenzó a sacar malas notas. Saltaron todas las alarmas ante su aspecto tristón, apagado y huraño. Instigada por unos padres cada vez más preocupados y ansiosos, la joven acudió profundamente avergonzada a un psicólogo.
No fue fácil para ella decidirse a pedir ayuda porque lo consideraba como una prueba fehaciente de su fracaso personal. Se había convencido de que si su terapeuta descubría cómo era ella “de verdad”, a buen seguro la despreciaría o pensaría que era una tonta redomada, una ignorante y débil, incapaz de sacar adelante su vida y de resolver sus problemas de forma efectiva, autosuficiente y madura. Poco a poco, Laura fue venciendo las férreas resistencias iniciales y comenzó a poner palabras a su sufrimiento, a recuperar su voz.

La autoestima no es una adquisición genética que nos venga dada “de fábrica”, sino que se adquiere dentro de un proceso evolutivo desde que nacemos
Descubrió al terapeuta como una persona a su disposición, amable y que nunca la juzgaba. La joven se dio cuenta de que llevaba un tiempo en que había dejado de gustarse a sí misma, sobre todo desde que comenzó su relación con Jorge. No todo era tan idílico como se empeñaba en imaginar porque los momentos divertidos y alegres quedaban empañados por abiertos comentarios que herían su autoestima: “Tú no hables de eso porque no sabes nada, cállate la boca”. A pesar de estos desprecios, Laura siempre estuvo lista para disculparlo: “Seguro que no quería hacerme daño, claro que no era su intención, es que Jorge es muy crío a veces y siempre se hace el gallito, sobre todo delante de sus amigos”, pensaba.

La estudiante nunca realizó un amago de protesta sobre la manera de dirigirse a ella, evitaba todo conflicto. Ella no sabía nada y debía ser así. Nunca fue plenamente consciente del profundo sentimiento de desvalorización que este trato conllevaba y nunca se opuso. Laura era incapaz de tomar las riendas y de responder de forma confrontadora para colocarse en una mejor posición en defensa de su propio valor.
¿Influía en la dinámica de esta relación el grado de autoestima que poseía Laura, su autoconcepto? La respuesta es, que como en otros muchas circunstancias a lo largo de la vida, sí.

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La importancia de pedir ayuda
La situación de esta joven ilustra una de las múltiples variantes en las que puede verse envuelta una persona con baja autoestima. Hablamos de aceptar o tolerar relaciones abusivas que conducen a sentimientos depresivos y ansiosos, que bloquean la exploración creativa de alternativas de respuesta más adaptativas.
Debemos saber que la autoestima no es una adquisición genética que nos venga dada “de fábrica”, sino que se adquiere dentro de un proceso evolutivo y de desarrollo desde que nacemos. Para ello, intervienen un conjunto de factores específicos relacionados con su adquisición y con nuestras relaciones infantiles tempranas, las cuales resultan claves y fundamentales. Culminar este proceso con éxito es una garantía de adaptación a la vida porque hace que adquiramos algo de vital importancia: la conciencia de nuestro propio valor y el respeto hacia nosotros mismos.
Cuando encuentras, como le sucede a Laura, personas a lo largo de la vida, o estableces relaciones profesionales o personales que no se ajustan a estos parámetros será muy fácil identificarlas y decidir qué hacer con ellas a la luz reveladora de la conciencia. Te ahorrarás infinitos problemas y sufrimiento adicional.
Si algo falla en estos órdenes o lo identificas pero no sabes cómo manejarlo, no te preocupes: enfócate hacia la solución con ayuda. Consulta a un experto. En numerosas ocasiones podemos sentir que algo nos hace sufrir o nos causa dolor. Focalizarse en la sensación e interrogarse sobre ella es un primer paso hacia la autoconciencia. Sin embargo, debes saber que la razón de que esto nos suceda radica en que existen procesos psicológicos que producen un resultado, el cual hace “que nos sintamos mal o carentes de valor” pero que operan fuera del campo de la conciencia personal. Todo cambio se fundamenta en saber sobre qué intervenir y, para ello, hay que conocer los mecanismos que operan, muchos inconscientes o automáticos.

Identifica a las personas tóxicas de tu vida
Volvamos sobre el ejemplo anterior. Laura minimiza constantemente el daño que le ocasionan los comentarios de Jorge, ya que se halla siempre dispuesta a disculparle. No habla porque está empeñada, una y otra vez, en restar importancia a su malestar y a lo que sucede en la realidad. Por lo tanto, las palabras se hallan desprovistas de sentido porque ¿para qué?. No puedes erigirte en defensora de algo que has desvalorizado previamente por todos los medios a tu alcance. Resulta imposible.
Un terapeuta puede ayudar eficazmente a Laura a este nivel empezando, eso sí, por el principio, y enmarcando el cambio dentro de un proceso. Puede ayudarla a verse a sí misma y a hacerle comprender qué es lo que le sucede para crear los cimientos hacia la adquisición de una autoestima sólida que quede fundamentada en el pilar estructural del respeto hacia sí misma, lo cual es importantísimo. Este respeto se vertebra en torno a dos aspectos fundamentales según la psicoterapeuta Dorothy Corkille Briggs:
• “Soy digno/a de amor” (“Importo y tengo valor porque existo”)
• “Soy valioso/a” (“ Puedo manejarme a mí mismo y manejar lo que me rodea, con eficiencia. Se qué tengo algo valioso que ofrecer a los demás”).
Estas necesidades psicológicas de sentirse amado y respetado actúan durante toda nuestra vida, es decir, no se circunscriben a ninguna etapa vital específica. Siempre necesitamos sentirnos así, hasta que abandonemos la existencia. Su satisfacción es clave para nuestro bienestar emocional y energía vital.

Cuando entramos en relaciones donde uno de estos dos pilares se tambalean, es el momento de tomárnoslo en serio porque nos jugamos algo tan valioso como el respeto hacia uno mismo. Y no podremos solicitarlo a los demás si no nos comprometemos previamente a adquirirlo nosotros como paso previo al reclamo de cualquier consideración y respeto del otro si éste lo vulnera. No queremos dejarlo pasar y no queremos decir que no es importante. Si una vez que uno ha logrado alcanzar este objetivo encuentra a personas en la vida que no se relacionan bajo estos parámetros de respeto, valor, cuidado y consideración, dejarlas de lado será sumamente fácil y simplemente no nos dolerá. Podremos hacer elecciones más saludables que contribuyan a nuestro bienestar y felicidad.
¡Ánimo pues!