Las trampas del “todo por amor” y por qué nos causa tanto sufrimiento

Publicado en el periódico online el-confidencial  (21/10/2016)     

Tres meses y un día de intensa correspondencia por internet habían bastado a Anabel para saber que Claudio era el hombre de su vida porque alegraba sus días, desvelaba sus noches, habitaba sus sueños, interrumpía sus reuniones de trabajo con bips de guasaps intermitentes como señales de naúfrago, mostraba ardientes deseos de saber de ella a cada momento, de compartir cualquier fruslería cotidiana aderezado por historias eróticas desplegadas con minuciosidad de ebanista sobre lo que harían o lo que no, sobre lo que les gustaba o lo que no.
Llegó el anhelado día D y dispuesta al desembarco, Anabel, acudió a su primera cita “cuerpo a cuerpo” preparada con el fervor minucioso de una ceremonia sagrada. Apareció perfectamente maquillada, peinada y perfumada, embutida en un ajustado vestido ceñido a las sinuosidades de su cuerpo y dispuesta a demostrar a Claudio que era la mujer más maravillosa habida y por haber sobre la faz de la tierra. Inteligente, guapa, interesante, seductora, sexy, creativa, divertida, cariñosa, simpática… Anabel desplegó todo su arsenal de cualidades, exhibió todas sus destrezas, realizó sus números más difíciles y quiso hacer valer el poder fascinante de su atractivo al que, por supuesto, imaginaba que él sucumbiría como un amante derrotado.

Ese pacto secreto exigía también contrapartidas respecto a cómo el hombre debía comportarse, y ella empezó a sentirse frustrada y resentida
Pero como en el cuento, sucedió un hecho fatal: Anabel dio a Claudio las llaves de su corazón y de su persona.
Y, a partir de ese momento, comenzó el hechizo: Esperó que él fuera el motor de su felicidad, que la cuidara con entrega equivalente a la desplegada por ella, con dolor a veces, con sacrificio otras, dispuesta a renunciar sin ambages a cualquier satisfacción personal o a cualquier necesidad “egoísta” (así lo calificaba ella) para poner las necesidades del otro por encima de las suyas y demostrarle de esa manera, en un maravilloso alarde de generosidad, que estaba a su servicio, dispuesta a todo. Todo por amor. Toda ella, al servicio de este ideal. “No hay nada más maravilloso”, repetía ensimismada en las delicias ardientes de su ensoñación. “No habrá nadie que te quiera como yo, dispuesta a inmolarse”.
Y, sucedió, que cuando él no respondió según sus anhelos y demandas, la decepción fue mayúscula.
Al principio, todo parece perfecto. Pero luego…Al principio, todo parece perfecto. Pero luego…
Fue entonces cuando se dio cuenta de que ese pacto secreto exigía también contrapartidas respecto a cómo el hombre debía comportarse, y ella empezó a sentirse frustrada y resentida.
El final del cuento de hadas fantaseado por Anabel se resquebrajó como un espejo roto, como cuando la madrastra de Blancanieves preguntaba delante del espejo quién era la más bonita del Reino. Entonces, el viejo espejo, le devolvió la imagen de Blancanieves.

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En nuestra historia, Anabel estaba siempre tan pendiente de las necesidades de Claudio que en el ínterin descuidaba las suyas. Tomar conciencia de este desequilibrio significaba plantear lo que ella necesitaba en su relación. Lo cual no siempre dependía para su gratificación de lo que hiciera el otro, lo cual implicaba tener que relacionarse con su pareja desde otro lugar.
Ser consciente es siempre el primer paso necesario hacia el cambio sanador porque nadie puede modificar lo que permanece oculto en la sombra. Anabel sentía terror a cuestionarse su propia felicidad y encarar la idea de la ruptura amorosa con su amado Claudio, era algo tan extremadamente doloroso que difícilmente se atrevía a planteárselo. La angustia ante la pérdida del ser amado englobaba a su vez un trasfondo emocional de mayor calado, arrostraba otra de enorme importancia: la de sí misma sacrificada en aras del ideal del amor romántico.

Cuando estas mujeres otorgan el poder de su valoración personal al hombre, difícilmente pueden recuperarlo para sí mismas
Hay mujeres que, como Anabel, buscan en su relación con los hombres una valoración narcisista auspicida por la necesidad del reconocimiento externo de sus cualidades. Cualidades de las que ellas desconfían internamente y de las que se sienten profundamente inseguras.
Son mujeres que sufren infinitamente por su baja autoestima y que son víctimas de sus elecciones equivocadas. Cuando éstas mujeres otorgan el poder de su valoración personal al hombre, difícilmente pueden recuperarlo para sí mismas, entre otras razones, porque no han sentido que dicho poder las pertenezca. Nunca se vivieron internamente como poseedoras en pleno derecho de sus cualidades.
Despierta honda tristeza ver lo difícil que les resulta a muchas de ellas cuidar amorosamente de sí mismas. Queda patente cuando expresan sus dificultades de valoración de distintas maneras: algunas entregan la llave de su corazón y de sí mismas a los hombres que encuentran por el camino sin otorgarse el tiempo necesario para descubrir cómo es su carácter o sin cuestionarse por qué actúan de un modo u otro; a otras, les resulta imposible tolerar la frustración que les provoca cualquier decepción frente a sus expectativas y anhelos, etc.
Cuando las expectativas no se corresponden con la realidad.Cuando las expectativas no se corresponden con la realidad.
Para resolver la incógnita del misterio de su sufrimiento hay que remitirse siempre al mundo afectivo interno de la mujer y averiguar cómo se ha conformado, a lo largo de su desarrollo psicoafectivo, una identidad femenina tan sumamente frágil y desvalorizada
Es necesario identificar los códigos equivocados que conforman el “ideal del amor” y cuestionar el papel que quieren que jueguen los hombres en sus relaciones. Resulta imprescindible explorar qué ha sucedido en sus vínculos afectivos más tempranos, sus historias infantiles, dado que muchos de estos códigos de identificación se adquirieron en la niñez a través de experiencias infantiles tempranas con familias poco amorosas o con relaciones difíciles entre los padres.

Las mujeres basan su narcisismo en el modelo maternal del todo por amor, que implica muchas veces aguantar hasta límites insospechados
Cuantas más dificultades haya tenido una mujer a lo largo de la vida en la construcción de una identidad femenina valorizada y sólida más tratará de solucionarlo mirando al exterior. En muchos casos cometerá el error de buscar la calve de sí misma en los hombres, y estará aún más expuesta al sufrimiento en sus relaciones amorosas, a vincularse a parejas basadas en satisfacer necesidades tempranas de dependencia emocional o a engancharse en relaciones amorosas que pueden llegar a ser muy destructivas.
Cabe también preguntarse en qué medida ciertos códigos culturales de nuestra sociedad ejercen una influencia poderosa en la conformación de la identidad femenina al definir cómo ha de ser el rol desempeñado por las mujeres y cómo el de los hombres. Así, las mujeres basaríamos mucho de nuestro narcisismo en el modelo de maternal del todo por amor, que implica muchas veces aguantar hasta límites insospechados, sacrificarse hasta el infinito, cuidar al otro sin espacio o con escaso espacio para sus necesidades individuales.
¿Qué debería ser el amor?¿Qué debería ser el amor?
La doctora Emilce Dio Bleichmar, una de las referencias más importantes de este país en el campo de la mujer, explica que en muchas relaciones las mujeres se sienten muy culpables cuando no cumplen con “el mandato del amor” y que es el peso de la culpa y la amenaza de la soledad que soportan ellas cuando traicionan estos ideales lo que las dificulta enormemente romper ciertas relaciones de pareja, o bien, plantear las que tienen de una manera más equilibrada.
Resulta necesario y urgente reorientar la mirada hacia el mundo interior y buscar allí la llave de la felicidad como la única herramienta válida para descubrir qué es lo que realmente necesitan y poder dárselo. Solo así estarán en condiciones de realizar elecciones amorosas más sanas y equilibradas que aporten felicidad y riqueza emocional a sus vidas.