Juan ya había tenido un susto gordo. Alicia, su esposa, aún recordaba vivamente el amargo día en que a Juan le pitaron los oídos como una locomotora de vapor, una vaga sensación de mareo comenzó a invadirle y su corazón trotó como un caballo desbocado. Él siempre ufano, optimista y confiado en manejar las cartas que le repartiese la vida, andaba desde hace meses alicaído, irritable, cansado. Por vez primera, se sintió tan indispuesto que venció sus reticencias seculares y acudió al médico pese a la alergia inmisericorde que sentía por las “batas blancas”.
A Juan, este episodio le generó una enorme inquietud y por primera vez en su vida escuchó seriamente las advertencias médicas sobre la relación entre el alto grado de estrés y las consecuencias negativas para su salud. El corazón se resentía, el colesterol y la glucosa andaban por las nubes y su tensión había alcanzado “máximos históricos”. ¿Tenía todo eso?, se preguntaba Juan, aún incrédulo,” su cuerpo siempre había funcionado como un reloj”, pensaba. Se sintió vulnerable.
A la luz de lo sucedido, resultaba imperioso averiguar las claves que contribuían a explicar el empeoramiento de su salud física y emocional.
¿Siempre negativo?
Era evidente que Juan sufría las consecuencias negativas del estrés. Y tenía una enorme avalancha de preguntas que lo inquietaban: ¿cuándo enferma el estrés?, ¿por qué nos afecta de diferente manera a las personas?, ¿por qué ahora sí era malo y antes el estrés era experimentado como una fuerza vigorizante que le estimulaba y le llevaba a asumir retos difíciles?, ¿cuánto influye nuestra personalidad?, ¿será que me estoy haciendo mayor?
Hagamos recuento. En nuestra sociedad es muy habitual escuchar el término estrés ligado a connotaciones negativas. Hablamos con naturalidad de “que estamos muy estresados” para referirnos a que estamos sobrepasados por las demandas excesivas de una situación frente a nuestros recursos personales de afrontamiento. Sin embargo, no siempre resulta negativo. El estrés también tiene una función adaptativa imprescindible para nuestra supervivencia como especie.
El estrés tiene un inmenso valor adaptativo como especie porque prepara al cuerpo para ser capaz de librarse de sufrir un posible peligro
El científico Hans Selye nos lo explicó. Descubrió, allá por los años 30, que inyectando a ratas dosis no mortales de veneno o exponiéndolas a una colección de estímulos nocivos tales como frío, calor, inyecciones, traumas, hemorragias y alteración nerviosa, desarrollaban un grupo predecible de síntomas. Aparecieron cambios fisiológicos en las glándulas adrenérgicas y en todas las estructuras linfáticas, a consecuencia de lo cual las ratas desarrollaron úlceras abiertas en el estómago y en el intestino delgado. Concluyó que a los seres humanos nos sucede algo muy similar cuando experimentamos situaciones estresantes.
Selye acuñó el nombre de Síndrome de Adaptación General para denominar al conjunto de reacciones fisiológicas que experimentamos ante el estrés. Explicó que ante un estímulo estresante todos reaccionamos atravesando tres fases. Las denominó así: alarma, resistencia y por último, agotamiento. En cada una de ellas nuestro cuerpo se prepara para la huida o el enfrentamiento, que son las dos conductas que podemos adoptar ante un peligro. Y, esto, tiene un inmenso valor adaptativo como especie porque dispone nuestro cuerpo de la mejor manera posible para librarnos de un peligro.
(iStock)(iStock)
Es importante diferenciar aquellas que provienen de las condiciones laborales en las que se desempeña el trabajo y que repercuten en el individuo, de otras extralaborales. Discriminar las individuales de las organizativas. Cómo impactan en la persona y a su vez cómo se interrelacionan ambas.
Lamentablemente, en el marco de la prolongada y dolorosa crisis económica, el impacto del estrés en los entornos laborales ha sido muy importante. Y, lo será aún mayor en el futuro. Así lo reconocen las organizaciones internacionales que advierten de estos peligros como algo cada vez más patente y real.
La Encuesta Europea sobre Condiciones de trabajo que compara los datos entre el 2007 y el 2011, es clara y carga el peso en unos aspectos más que en otros. Ratifica que se detecta un empeoramiento de los riesgos psicosociales en los trabajadores relacionándolos directamente con el incremento de las exigencias cuantitativas de las empresas, la intensificación del trabajo y el aumento de las jornadas laborales. El clima laboral empeora notoriamente. Juan y sus padecimientos engrosarían esta estadística.
Corresponderá a las empresas responsabilizarse de cómo mejorar la salud laboral de sus trabajadores y eliminar lo más posible las causas de estrés que incrementan los riesgos psicosociales que provoca enfermedades e incapacidades, además de un notorio incremento del absentismo laboral, baja productividad y elevados costes sanitarios para el conjunto de la sociedad.
Cuando estamos excesivamente estresados podemos fácilmente enfermar. Son muchos los estudios que relacionan estrés y enfermedad. El estudio de Costes socio-económicos de los riesgos psicosociales llevado a cabo por el Observatorio de Riesgos Psicosociales de UGT concluye que entre el 11 y el 17% de los trastornos y enfermedades mentales puede ser atribuido a las condiciones de trabajo. Éste vincula la alta incidencia del estrés del cansancio y la depresión a los cambios que se están produciendo en el mercado de trabajo debidos, en parte, a los efectos de la globalización.
¿Cómo se conectan mente y cuerpo?
Hay personas que como Juan no saben que tienen estrés, simplemente lo padecen. Es decir, son personas que pueden estar sometidas a situaciones muy estresantes pero son incapaces de conectar sus padecimientos físicos con su realidad cotidiana. Asombrosamente es así. “Esto no me puede afectar”, se dicen. La paradoja es que lo pensado no se ajusta a lo experimentado.
Volvamos a Juan. Nuestro amigo padecía de un alto nivel de estrés acumulado a lo largo de varios años, fruto de una carga de trabajo excesiva y continuada. Se hallaba cansado pero se reprochaba a sí mismo esa sensación porque le hacía sentirse limitado y él tenía que funcionar acorde a como “lo había hecho siempre”. Sentía miedo y angustia cuando pensaba que podía no alcanzar sus objetivos anuales, aunque su equipo estuviera reducido a la mitad por un ERE reciente.
Aunque haya cosas que no se pueden cambiar en sus condiciones de trabajo, puede cambiar la manera de enfrentarse a ellas
“Cuestión de voluntad”, se repetía como un mantra. Cada vez estaba más angustiado y sorteaba aspectos de la realidad que le frustraban: no podía hacer las cosas como siempre o como él quería. “Tenía que concentrarse en el resultado, cómo había hecho siempre porque él era un hombre de acción”. Juan se desconectó cada vez más de su cuerpo y de sus sensaciones físicas, pero éste se empeñaba en hablar.
A los hombres, y particularmente a ellos, el miedo y la angustia asociado a temas laborales es infinitamente mayor que en las mujeres. Así lo remarca la psicoterapeuta Isabel Menéndez, quien lo relaciona a su vez con un intenso miedo a perder su posición social y al temor a que no se les valore y, por lo tanto, a no tener nada valioso que ofrecer para ser queridos.
Las mujeres se angustian más ante la idea de que se las deje de querer o se las abandone. Aunque el miedo a no ser queridos se produce en los dos sexos, el hombre lo refiere más a lo que tiene y la mujer más a lo que es.
¿Cómo ayuda la psicología?
Es importante significar que aunque haya cosas que ustedes no van a poder cambiar respecto de sus condiciones de trabajo (ni puede cambiar a su jefe, ni va a poder cambiar a sus compañeros, ni el volumen asignado), lo que sí puede cambiar es la manera de enfrentarse a las situaciones y de relacionarse con ellas, gestionar sus emociones, de buscar maneras asertivas para comunicar lo que puede o no puede hacer, de organizar su trabajo y ser más eficiente, de buscar espacios en su vida para la relajación y el disfrute…
Intervenciones individuales
El valor de la conciencia resulta inestimable porque cuanto más conocimiento tenga de sí mismo, de sus miedos, de sus fragilidades, mejor podrá dominar la angustia. La ironía de la situación es que una vez que se reconoce lo que sucede, se recupera la fuerza vital.
Se pueden hacer muchas cosas para fortalecerse y luchar por salir de la angustia, del túnel sin fin de la depresión, y crear espacios de reflexión para buscar salidas alternativas de actuación a las existentes. Para ello es necesario enfrentar un cambio real, arrojar luz sobre las causas reales y desarrollar los mecanismos adecuados. Afrontar el cambio también es una decisión.
Habrá quienes tengan que vencer el miedo de decir lo que necesitan, otros habrán de enfrentar sus propios límites o aprender a decir “no”
Si no puede sólo porque le falta la perspectiva suficiente sobre sus dificultades o se halla demasiado angustiado, no dude en acudir a un profesional que le ayude a clarificar su situación.
Para cada persona será diferente. Habrá quienes tengan que vencer el miedo de decir lo que necesitan por no generar un conflicto con su jefe o a que éste le ponga mala cara, otros habrán de enfrentar sus propios límites o a no ser tan perfeccionistas si quieren avanzar, otros deberán aprender a decir “no” de forma asertiva o a delegar responsabilidades, otros tendrán que moderar sus ambiciones desmedidas si no quieren morir en el intento, otros su omnipotencia que les saca de los parámetros de la realidad, otros a que el miedo a no conseguir los objetivos les paralice, otros a que un mal jefe no socabe su sentimiento de valoración, otros a no querer hacerlo todo a la vez y manejar sus ansiedades, otros a no luchar contra lo imposible, etc.
Cada persona es un mundo y tendrá que indagar dentro de si mismo, buscar qué cambiar y cómo andar su singular camino.
Hay una luminosa frase que resulta inspiradora frente a las dificultades que ofrece el camino sinuoso de la vida, dice así: “Un pájaro posado en un árbol no tiene miedo de que la rama se rompa, porque su confianza no está en la rama sino en sus propias alas”.